Habíamos mantenido lejos, la idea de que ingresaras en una residencia geriátrica. Sabíamos que existía la posibilidad en que ya en casa no podríamos tenerte, debido a la características de esta maldita enfermedad, y seguíamos escapando de ese temido momento. Pero llegó, y con ella la sensación de frustración, de culpabilidad. El temor y la duda si lo estábamos haciendo bien o mal.
Una vez ingresada, en cada visita, mirábamos con lupa cada detalle con respecto a tus cuidados. El dolor de la despedida si nos rondaba la duda de que pudimos haber aguantado más tiempo en casa, era enorme, y volvíamos cada uno a sus quehaceres, cabizbajos y en silencio
Cada día el sentimiento de culpa era como una montaña rusa. Si te veíamos mal, nos decíamos que lo habíamos hecho bien. Si te veíamos con un buen día, nos echábamos en cara haberte llevado a ese sitio, en el que hoy en día estás contenta, todas tus necesidades están cubiertas, y tienes compañeros a quien echarles la bronca 🙂
Seguro que es algo absurdo lo que siento, pero me siento orgullosa de ti, como una mamá con su hijo respecto al resto de los niños en la guardería. Sigues dando tus paseos cortos por el centro, sigues controlando, muchos días tus esfinteres, y cuando veo el pañal seco siento alegría, como cuando tenia a los niños pequeños.
Te encanta ir a la cafetería del centro, y tomarte tu cortado descafeinado. Te hablamos y ni nos miras, siempre mirada al frente, mirada vacía. Pero verte con nosotros en un lugar de encuentro, un lugar en el que podrías haber ido, aun cuando no estabas enferma, me reconforta, como te reconforta a ti, la taza calentita dél café en tus manos siempre frias
Cada habilidad que mantienes, aunque sea solo a medias, me hace sentirme orgullosa de ti. Porque eres fuerte, eres una mujer con garra, y aun sumidas en esta estúpida enfermedad, hay que buscar cosas positivas que nos hagan seguir adelante.